Texto y fotos de Salvador Velilla

Tras una semana caminando entre hayedos, robledales y trigales, después de haber salido de la casa-torre donde nació Ignacio, en Loyola, al anochecer se llega a un pequeño poblado, todavía en Navarra, que en tiempo de Ignacio se conocía como Lapoblación de Marañón, por estar al pie de una montaña donde se levantaba el castillo de Marañón. Que fue ruta importante y cruce de caminos lo proclama un edifico que fue antiguo hospital de peregrinos y que aún conserva los signos santiagueros: la calabaza, el bordón, el bastón. Cuando nos levantamos al amanecer la vista se pierde a los lejos enredadas en las alturas de la sierra de la demanda y montes de Soria. Más cerca, a nuestros pies, campos de cereal que en las vaguadas y valles se convierten en pequeños viñedos que descienden por la montaña: son las fértiles tierras de Rioja. Meano, conocida también como la Aldea, es el último pueblo de Navarra que cruzamos antes de llegar, tras caminar junto a los primeros viñedos, a Kripán, primer pueblo de Rioja Alavesa con el que nos encontramos. Serán algo más de veinte kilómetros los que recorreremos cruzando tierras y pueblos de Rioja alavesa, acompañados en todo el camino por los viñedos de Kripan, Elvillar, Laguardia y Lapuebla de Labarca. El camino es en claro descenso, pues partimos de los setecientos metros de altitud y llegamos a la ribera del Ebro, en Lapuebla, situada a 429 metros de altitud.

Kripan es un pequeño conjunto de casas, labradas en piedra sillar, que se asienta en una ladera a casi setecientos metros de altitud, arropando a la iglesia parroquial dedicada a San Juan, en la que destaca un sencillo retablo del primer barroco. De su iglesia primitiva, dedicada a Santa María y San Juan, románica de finales del siglo XII, sólo se conserva un arco, con desgastados capiteles, que recientemente se ha colocado junto al actual templo. No lejos de la iglesia se encuentra la ermita de San Martín, donde probablemente se levantó un antiguo hospital que solía recibir mandas de los vecinos.

Que fue una tierra ocupada desde pronto por el hombre lo denuncian el Dolmen de Los Llanos, al norte de la carretera que de Kripán va a Elvillar, la cueva de peña Larga, así unos sepulcros antropoides en el término de los Casales.

A medios de mayo los vecinos de Kripan tienen la costumbre, desde muy antiguo, de subir en romería a lo alto de la sierra de Cantabria, donde rinden culto a San Tirso en una ermita excavada en la roca.

La salida del pueblo la hacemos por el suroeste, en descenso y con viñedos a ambos lados del espacioso camino, no tardando en llegar al arroyo de Pilas. Ahora toca ascender y llevarnos la grata sorpresa de caminar sobre una calzada, trazada magistralmente por maestros canteros y que hasta hace poco se ha venido diciendo que era de la época romana. Probablemente se pueda fechar a finales del siglo XVIII, cuando se comenzaron a hacer caminos que tuvieran la anchura precisa para que pudieran ir carros cargados de pellejos con el rico vino de Rioja camino de los pueblos y puertos del norte.

El camino sigue dirección oeste pero, si tenemos tiempo, una vez llegado a lo alto, nos podemos desviar hacia el sur para visitar el dolmen del Encinal, no lejos de donde se levantó la ermita de Santa Águeda. En el dolmen, descubierto el año 1943, aparecieron restos humanos y trozos de cerámicas decoradas. Hacia el oeste, destaca sobre el caserío la torre de la iglesia de Elvillar, donde no tardamos en llegar, por un camino amplio que se abre entre viñedos y más viñedos, tras cruzar la carretera que viene de Kripán.

Al norte la sierra de Cantabria, majestuosa, para invitarnos a subir y caminar por sus cumbres. En lo alto, junto al pico más alto, se levantó en la Edad Media el castillo de Toro, uno de los baluartes del reino de Navarra contra las invasiones musulmanas. En la Edad Media, en los campos en torno a Elvillar, que hoy vemos cubiertos de cereal y viñedos, se levantaron números poblados como Riñana, Riñanilla, Biurco y Quintanilla, por hablar de los que más perduraron. Con toda probabilidad la aldea de Elvillar fue creciendo con los habitantes que abandonaban estos poblados y tomando tal importancia, como para construir un templo como la iglesia que contemplamos en medio del pueblo dedicada a Nuestra Señora de la Asunción. Sobre el pórtico de entrada quedan restos de lo que fue un castillo, luego un templo gótico, levantándose el actual templo en el siglo XVI. El retablo, uno de los mejores de Rioja alavesa, es obra de Guito de Beaugrant, que trabajó en él entre los años 1547 y 1549, siendo completado por el maestro Araoz, vecino de Genevilla. La torre, estilizada, muy alta, lleva gravada la frase “Año 1556, me fecit”.

En este templo se puede admirar un gran cuadro en lienzo representando a San Ignacio rodeado de varios santos jesuitas, entre los que destacan San Francisco Javier y San Francisco de Borja. Al parecer fue un donativo que hizo el año 1786 el padre Agustín Sáez de Lacuesta, “exjesuita residente en Bolonia”, tras la expulsión de la orden.

Ya fuera de la iglesia, adosada al templo está la bodega que servía para recoger los diezmos y primicias del clero y poco más al sur la picota o rollo, una columna en piedra, que denota el paso de Elvillar de aldea a villa y el derecho a tener jurisdicción territorial propia. Entre los edificios civiles sobresale la conocida como casa del Indiano, con escudos de armas, artística balconada y con un grandioso pez/culebra al comienzo del pasamos que ayuda a ascender la escalera de la casa.

Dejamos el pueblo por el suroeste, contemplando a lo lejos la imponente mole de la sierra de Cantabria, a cuyos pies está la Cueva de los Husos, donde se han hallado importantes restos del periodo neolítico y en cuya cavidad nace el arroyo la Uneba. Cerca el majestuoso dolmen de la Chabola de la Hechicera, uno de los más impresionantes de Rioja Alavesa, cuyo túmulo ha sido restaurado durante el verano del año 2014. El camino va ente viñedos, sorteando vaguadas y, en ocasiones, empinadas subidas y tras cruzar el arroyo San Julián, se divisa a lo lejos Laguardia, aupada sobre un promontorio.

Laguardia, villa fortificada, se ve de cualquier punto y desde Laguardia e divisan pueblos, aldeas y extensiones amplias de viñedos por todos sus cuatro costados. Y es que Laguardia ha vivido del vino y para el vino, hasta su subsuelo está horadado por kilómetros de túneles que han guardado el rico vino de Rioja Alavesa hasta nuestros días.

En Laguardia se conservan dos cuadros, uno en cada iglesia, que recuerdan la presencia ignaciana. El de la iglesia de San juan es un cuadro de San Francisco Javier que se puede contemplar en el remate del altar de la familia del fabulista Félix Mª S. Samaniego. En la iglesia de Santa María, acercándose al altar de Ntra. Sra. del Carmen, se puede contemplar una imagen barroca de San Ignacio, obra de José de Ortega.

Salimos de Laguardia por la puerta del Mercadal, en la barbacana, con la vista y el paso puesto hacia el sur, buscando el río Ebro. Pasamos frente al cementerio y, tras atravesar la carretera que va hacia Elciego, tomamos un camino asfaltado que sale en la esquina de Bodegas Palacios. El camino va llaneando entre viñedos, salpicados por pequeños morcueros cubiertos de piedras y carrascas. En los viñedos, pequeñas parcelas, se ven almendros, higueras y olivos y, de cuando alguna rústica choza o guarda viñas, donde hasta hace poco se guardaban los aparejos del campo y desde las que los guardas de campo vigilaban que no hubiera hurtos. Es el camino de Pisarno, como aparece citado ya en el siglo XIV que pasa junto al Cerro de la Horca, donde se cruza con la Senda de la Traición, un antiguo camino que viene de este a oeste, desde las tierras de Navarra hasta San Vicente de la Sonsierra. Nuestra ruta sigue hacia el sur, no tardando el pasar junto a la Choza de la estación, una gran choza, hoy lamentablemente derruida. Los viñedos inundan el valle que llevamos a nuestra izquierda y que recibe los nombres de El valle y la Barranca.

Entramos en Lapuebla de Labarca por el barrio de las bodegas, pequeños edificios con el suelo horadado por los calados para acoger las grandes cubas de vino, un barrio que lamentablemente se va desertizando. La venta de la uva a grandes bodegas y la cooperativa están dejando sin función estas pequeñas bodegas. La iglesia, con dos torres desiguales, tiene un gran arco de entrada. En su interior llama la atención el imponente retablo renacentista, con avances del barroco. A destacar una imagen de Santa María de Asa, de finales del siglo XIII, y un Cristo con facciones muy realistas.

Vale la pena descender por la calle Mayor, el casco viejo, y constatar cómo forma una herradura en torno a la iglesia, dándonos una idea de lo que era un pueblo en tiempos pasados. Yendo hacia el oeste nos topamos con la plaza, donde está el Ayuntamiento, comienza otro tipo de construcción y podemos asomarnos a un mirador desde se contempla el río Ebro. La vista es espléndida, salta el Ebro y se pierde a lo lejos en las montañas, cuando la cima del San Lorenzo se cubre de nieve en el invierno sus más de dos mil metros de altitud. Lo que se ve es hoy la Comunidad Autónoma de La Rioja, antes Castilla.

Y es que Lapuebla fue puerto seco, por donde pasaban arrieros, mercancías de todo tipo, y rebaños cameranos buscando los prados del norte. Tuvo barca, cuyos beneficios iban a la iglesia los domingos y fiestas de Nuestra Señora, luego puente colgante costeado por los vecinos a base de impuestos sobre el vino y desde el año 1942 puente de hormigón, para comunicar con la cercana estación del ferrocarril Bilbao-Tudela. Dicen que por el barco pasó san Bernardino de Siena y que, al llegar a la orilla opuesta, tiró al suelo un cayado que llevaba, brotando luego un moral. Puede que sea leyenda, pero lo que sí es historia es que a finales del siglo XVIII los vecinos de Lapuebla ataban el barco a un moral que había en la orilla opuesta del río Ebro. Pudo ocurrir también que por aquí pasara camino de Navarrete Ignacio de Loyola y, si fue domingo el día que usó de la barca o día consagrado a Nuestra Señora, es seguro que sus monedas fueron a parar a mantener la iglesia. Llegado a medio Ebro dejaba el País Vasco, entraba en Castilla, Navarrete estaba a poco más de una legua.